Uno de los peloteros más completos que ha pisado un terreno de Grandes Ligas, para muchos el más talentoso que ha jugado el campocorto, no siempre estuvo rodeado de reflectores y momentos brillantes.
Detrás de las cifras, los jonrones y las cámaras, hay una historia marcada por la ausencia, el sacrificio y el amor inquebrantable de una madre.
Alex Rodríguez tenía apenas 10 años cuando su padre los abandonó. Desde ese momento, su madre, Lourdes Navarro, se convirtió en su mayor inspiración.
Para sacar adelante a sus hijos, trabajaba de secretaria durante las mañanas y en un restaurante por las noches. Con jornadas que rozaban lo imposible, fue ella quien empujó a Alex a soñar en grande.
En su adolescencia, mientras otros compañeros contaban con el apoyo visible de sus padres en las gradas, Alex jugaba sin nadie que lo aplaudiera desde el público. Pero en vez de desmotivarlo, usó esa soledad como combustible. Y a los 11 años ya tenía clara una misión: convertirse en un buen hombre y aliviar la carga de su madre.
Tanto creyó ella en su hijo, que cuando llegó el momento de negociar su primer contrato con los Marineros de Seattle en 1993, fue Lourdes quien se sentó en la mesa con los ejecutivos del equipo. Seattle ofrecía un millón de dólares. Ella pidió 1.5. Ante la negativa, se levantó y se fue. Dos horas después, llamaron para ofrecer 1.3 millones, y firmaron.
“Mi mamá fue quien negoció ese contrato. En un momento en que no teníamos nada, ella se atrevió a rechazar un millón, porque sabía lo que valía su hijo. Es una guerrera”, contó Alex durante su participación en el programa Emprendedores con David Collado, ministro de Turismo.
En esa entrevista también reveló ser fanático del Licey desde niño y definió a David Ortiz como “el pelotero más clutch de la historia”.
Pero más allá de lo deportivo, su mensaje principal fue para los jugadores activos:
“No gasten todo, inviertan. Piensen en el futuro. El béisbol se acaba, y la vida continúa”.
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