A pesar de que, según el doctor Rincón, Balaguer “tenía el corazón como un niño”, hace 19 años que falleció, 14 de julio de 2002.
Como cada miércoles, el 3 de julio, el doctor Rodolfo Rincón consultó a Balaguer y lo vio en perfectas condiciones. Pero para su sorpresa, al día siguiente se entera por los noticiarios vespertinos que el siete veces presidente de la República había sido ingresado de emergencia en la Clínica Abreu.
Los registros periodísticos cuentan que se trató de la polémica reducción del porcentaje para ganar en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, y la reforma del artículo 90 de la Constitución.
“El día 13 de julio es cuando está el Congreso reunido y él me hablaba de algo e hizo la recaída”.
En ese momento Rincón se detiene, porque es fuerte para él recordar los últimos momentos de quién vio como a un padre. “Éramos padre e hijo, hacíamos combinaciones de quién entraba y quién lo iba a ver”, agrega Rincón.
Incluso, había un código entre los más cercanos de Balaguer para notificarle cualquier información. Una leve tos era la señal con la que le indicaban que afuera alguna personalidad de la política o autoridad eclesial le esperaba.
El ensayista no podía hablar, pero ante la preocupación de aquella lectora que le visitó por solicitud de él, con un gesto le respondió que no se encontraba bien.
Pese a que los médicos describían a un Balaguer que estaba “bomba” o “nítido”, Rincón destaca que presentó una recaída.
Un paro cardíaco se registró la madrugada del domingo 14 de julio de 2002 en los monitores de la suite 406 en cuidados intensivos de la Clínica Abreu. A la edad de 95 años aquel cortesano de la era de Trujillo falleció acompañado de sus más estrechos colaboradores. “Todo el mundo triste, triste; eso fue una tristeza, ese ha sido el duelo más grande que ha hecho el país, el entierro más grande y el duelo nacional más grande fue el de Joaquín Balaguer”, expresa Rincón.
“Era un hombre normal en todos los aspectos, era un hombre sencillo, de muchas fibras humanas. No le interesó nunca lo material, lo que hizo fue trabajar por el país día y noche”, dice.
Al finalizar el chequeo rutinario, se sentaban a conversar. Pero el miércoles 3 de julio de 2002, el cardiólogo lo notó “apagado” y deprimido pese a que sus signos vitales estaban en perfecto estado.
Esa actitud no era normal en él, expresó mientras suspiraba y, más curioso le pareció que, semanas antes, como si augurara su partida, le solicitara que le sacara el corazón.
La expresión de Balaguer fue: “Rincón, yo quiero que tú me saques el corazón cuando yo me muera”. A lo que el doctor le respondió con sorpresa, aún consciente de la lucidez mental del exmandatario, si estaba seguro de lo que estaba hablando.
Tras la confirmación, llamó al general Pérez Bello y a Aníbal Páez, dos de los más leales y cercanos colaboradores del exjefe de Estado, para que fueran testigos de la solicitud.
El doctor supone que la razón de tal petición era donar su corazón a la ciencia, ya que fue un hombre que “donó todo, no se apegó a nada”.
“Después que muere yo hice todos los arreglos y me esforcé para sacarle el corazón”, pero no fue posible.
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